27 de junio de 2017

Con diecisiete

Debía haberse plantado.
Todo el mundo sabe que con diecisiete te tienes que plantar.

Llevaba jugando desde los doce años, primero como distracción, con garbanzos, después furtivamente en alguna timba clandestina. Al cumplir la edad, Mark ya era un experto en el Black Jack, y se crecía ante la adversidad, se recuperaba de la caída más acusada, siempre tenía una respuesta, que atacaba a sus adversarios como un golpe en la cara con una tabla. Siempre sabía dónde dejarlo, pero nunca lo hacía antes de tiempo. Sus cartas parecían venir hipnotizadas, y para mayor desesperación de los demás ejecutaba sus movimientos con una espectacular carga de misterio. Cuando no lo hacían los números, eso desarmaba a sus rivales.

Debía haberse plantado, porque con ciecisiete, y más aquella noche, debía haber estado servido.

Porque aquella comenzó mal. No encontraba la llave del coche y tampoco su chaqueta de la suerte. Mark vio que el viernes no se estaba poniendo a tono con la suerte, pero a pesar de ello se encaminó como siempre hasta el casino, y allí saludó con energía al recepcionista. Su reacción no fue tan amable, porque Mark era de aquellos tipos que no gustan en los casinos; ganaba y ganaba, sin parar.
- ¿Su mesa de siempre?
- Sí, por favor.
A las dos horas, Mark ya había perdido más de siete mil dólares, y aquello no tenía pinta de mejorar. Le quedaban dos fichas de doscientos, y el croupier repartió. Dos reinas. Abrió la jugada y puso una ficha en cada una. En la de arriba sonreía la reina de corazones, mientras que la de picas parecía mirarle fijamente en la de abajo.
- A ver cómo os portáis, chicas.
Cartas para ambas, un siete en la de abajo, un cuatro en la de arriba, un as... quince.
- Carta.
Un siete. Se había pasado, y lo anunció lanzando las cartas con la mano izquierda, mientras hacía bailar una ficha de otro casino, su talismán. Pero quedaba la de abajo, y tenía diecisiete. Miró al croupier con dureza, y este le esquivó la mirada. Los demás no levantaban la cabeza. Mark pensaba que no podía repetir la jugada de arriba, así que...
- ¡Carta!
El diez de diamantes. Se había pasado otra vez. Pidió carta con diecisiete y ahora se había pasado. La banca tenía veinticinco. Pero él perdía en las dos jugadas. Por primera vez en mucho tiempo había quedado desplumado. Mark se levantó, saludando avergonzado y salió como una exhalación. Esta vez no se detuvo en caja, no había nada que cambiar, porque debió plantarse con diecisiete.

Al volver la esquina lo entendió mucho mejor, mientras de desangraba. Aquel atracador no admitió que estuviera sin blanca y le disparó. Si lo hubiera dejado, al menos habría corrido con doscientos dólares. Cerró los ojos y se plantó por última vez, como si hubiera tenido diecisiete.

1 comentario:

  1. "...ejecutaba sus movimientos con una espectacular carga de misterio..." Aquí ves la cara de este Mark y la retienes durante todo el relato. Brillante. Enhorabuena.

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