31 de mayo de 2018

Alta traición

Recordaba la sala de antiguos interrogatorios. Era igual de fría y oscura, pero aquella vez le tocaba estar en el lado de los que recibían y no del de los que hacían las preguntas. El sargento North se sentía extraño y atendía, abrumado y abatido, a las preguntas del coronel Williams:
- Sargento North, dígame: ¿conoce los motivos por los que se enfrenta a este consejo de guerra?
- Los conozco, Señor, pero estoy seguro de que me los va a repetir.
- No me lo pongas difícil, Michael -se refirió a él con una familiaridad fuera del protocolo intentando destensar la situación-. Sabes que para mí es igual de incómodo que para ti.
- En ese caso los motivos son los peores posibles. He perdido todo un batallón en combate. Este tribunal me juzga por alta traición, por falta de mando y sedición.
La cosa no era ni mucho menos suave. Michael North tenía una hoja de servicio impecable pero aquel día, en efecto, había perdido a un numeroso ejército, aunque sin que se hubiera causado una sola baja persona, sin pérdidas humanas. Su ejército de androides fue aniquilado, y ni los drones de rescate fueron efectivos contra lo que aquel día se les vino encima.

La guerra inteligente se había convertido por fin en realidad; lo era en aquella primavera de 2185, y el sargento Michael North había tenido el honor de ser el primero en comandar un pelotón formado íntegramente por máquinas. Parecía que eso era una garantía de éxito, que los robots podrían hacer una guerra mucho más efectiva, pero la realidad fue muy distinta, las previsiones fallaron en bloque y todo aquel teóricamente infalible dispositivo encadenó la cadena fatal de fallos que había sentado a su líder en el banquillo del consejo de guerra.
- Sargento, tenía órdenes muy claras y las prácticas de simulación habían dado una probabilidad de éxito del noventa y siete por ciento. ¿Qué tiene que decir?
- El simulador nos dio datos sobre un ataque en igualdad de condiciones, los androides esperaban a otros androides enfrente.
- Eso, precisamente, hacía desigual la batalla a nuestro favor, sargento. El simulador...
- ¡El simulador se equivoca, Coronel... Señor! -el acusado interrumpió bruscamente-. El simulador planteaba una batalla de iguales, androides contra androides, una guerra inteligente total. Aquello fue otra cosa.
- ¿Quiere decir, Sargento, que el hecho de enfrentarnos a humanos desniveló la balanza en nuestra contra? ¿Te has vuelto loco, Michael?
El sargento North ya lo había avisado. Los robots sólo saben luchar contra robots, y darían un paso atrás al enfrentarse a seres humanos. El robot está programado para llegar a su objetivo, pero minimizando el daño físico. Lo avisó antes de entrar en combate, pero sus superiores creyeron que las máquinas serían mucho más efectivas que en el simulador al luchar contra carne y no contra circuitos.
- Nos enfrentábamos a la peor máquina que existe, señor -siguió el acusado-. El hombre posee los sentimientos, pero no da marcha atrás como las máquinas. El ser humano, aquellos hombres a los que nos enfrentábamos, se mentalizaron a que las máquinas eran hombres como ellos, y se ensañaron aún con más fuerza. Los nuestros dieron marcha atrás, pero el enemigo quería llegar hasta el final. El hombre mata y siente placer haciéndolo. La máquina no. La guerra es más desigual en nuestra contra si seguimos adelante con este proyecto. ¿A cuántos sargentos más va a juzgar y fusilar?
Los ojos del coronel Williams se inyectaron en sangre y dio un fuerte golpe en la mesa, a la vez que se incorporaba y lanzaba la silla hacia atrás.
- ¡El proyecto seguirá adelante! Se ha invertido demasiado dinero. Será usted, sargento, el que no continúe. Me encargaré personalmente.
El sargento North fue condenado a cadena perpetua por alta traición. El proyecto siguió adelante, y siguió acumulando derrotas frente a los humanos. Estos no tenían sentimientos de piedad, para ellos no existía la misericordia. Se afanaban en avanzar a toda costa, aunque algunos de los suyos cayeran por fuego amigo. A los diez años el programa se desestimó y el ejército volvió al sistema tradicional, de nuevo echó mano de soldados de carne y hueso. La guerra no había terminado y le dio completamente la razón al sargento North. Por desgracia no lo pudo ver. Murió en la cárcel sólo unos días después de ser condenado.

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